Diario de viaje

Estos fragmentos son parte de mi primer viaje a India, en julio del 2004. Sin poder explicarme a mí y a los que me preguntaban cual era el motivo por el que quería ir a India, me dejé llevar por la intuición que me decía que tenía que visitar este país. Y así, un día renuncié a mi trabajo, saqué un boleto por cuatro meses y me fui a viajar solo.

La primera hoja de mi diario de viaje tiene la siguiente dedicatoria:

"... acaso el viaje sea un destino..."
"...se viaja para instalar la incertidumbre."
María Negroni
y después se viaja con ella y se aprende

(primer día en India)


Es la una y media de la mañana, acabo de llegar a Bombay. Ni bien salgo del aeropuerto, a traves de las ventanas de un taxi muy antiguo me encuentro con palmeras y veredas consecutivas de gente durmiendo. Me pregunto que me trajo a India, y si no hubiese sido mejor irme a Hawai.


Llegamos a un hotel en Colaba y el taxista despierta con el pie a alguien que duerme en la puerta de entrada. Por un precio bastante elevado me dan una habitación que parece una caja de zapatos. Les pregunto si pueden levantarme a las 5 de la mañana y por ello me cobran servicio despertador. Estoy indignado.


A las 5:15 de la mañana ya estoy en una estación de tren de Bombay. Me acerco a una ventanilla y pido un boleto en segunda clase para Calcuta. El vendedor me dice que si y me da un boleto de tercera clase. Es un viaje de 36 horas, verano, y entiendo que esto puede ser catastrofico. Me acerco y le pido que me de un boleto de segunda pero ahora me dice que no y encima me habla en un ingles que no le entiendo. Empiezo a ponerme nervioso. Le insisto varias veces, hasta que el hombre me ignora por completo. Me retiro al medio del hall a meditar que hago. El tren ya esta por salir, el techo de la estación está lleno de cuervos, y yo estoy angustiado. Se acerca un indio a ofrecerme ayuda y mi primer reacción es la desconfianza. El dice que puede conseguirme un ticket de segunda. Frente a la desesperación, me entrego. El hombre va a una casilla donde pide el cambio de mi pasaje y después me lleva a un vagon y me entrega mi pasaje con un correción en birome que dice segunda clase. Le pregunto si no me pueden dar un ticket nuevo y me dice que es asi. No se si confiar o no, pero ya estoy entregado. Le pago 100 rupias y me quedo en mi primer vagón, con toda la gente mirándome.  


[...] 


(segundo día en india)


36 horas de tren, de Mumbai a Kolkata, lindo modo de arrancar en India. Una anciana llamada Ashimin, que cuidó de mí todo el viaje compartiéndome sus comidas, comprándome helados y fijándose que no me pasara nada, quería que me quedase con ella esa noche en Calcuta y que luego siguiera viaje con ella hasta su casa en Assam (20 horas más de tren). Le agradecí enormemente y le dije que estaba esperando a una amiga, que vendría a buscarme a la estación. Ashimina esperó conmigo un rato y luego partió. Y mi amiga nunca apareció en la estación de tren de Calcuta. Por un momento me puse mal, pero bueno, este viaje tiene mucho de enfrentarme conmigo mismo, de estar solo y ver cómo resuelvo las cosas por mi mismo.


No era tan difícil. Me tomé un taxi a Sudder Street y ahí conseguí habitación en el hotel Timestar, un hostal simpático en el cual paraba mucha gente de Bangladesh. Apenas llegué, dejé mi mochila en la habitación, y aunque mi intención era la de salir inmediatamente a dar una vuelta, el conserje me entretuvo un buen rato. Y cada vez que hacía un intento por salir me decía: "Later later" (después después). Finalmente logré escaparme de sus garras y salir a las calles, a caminar por primera vez en India.


Esta fue mi primer caminata. Simplemente tenía ganas de mezclarme entre la gente, de saber que sucedía por esas calles. No tardaron más de un minuto en ofrecerme drogas, cuasi como un susurro: "Hashish hashish". Luego de caminar un rato sin dirección, entre a un internet, mande un mail de noticias a Argentina, y luego salí de nuevo a la calle, con intención de caminar hacia lo de la Madre Teresa. En el camino me encontré con una chica con su bebé que me pidió leche: "Milak for baby". Me acompañó calles y calles, repitiendo esa frase, mostrándome al bebé, hasta que pasamos por la puerta de lo de la Madre Teresa, y antes de entrar me mostró un kiosko. Fuimos hasta ahí, y como le dije que no tenía plata, hablaron entre ellos en bengali, y luego el kioskero me dijo que como forma de pago me la podía llevar al hotel. Sacudí la cabeza un poco indignado, y me fui de la escena, sin querer escuchar más.

En lo de a Madre Teresa me encontré con mi amiga y un amigo suyo, y recién ahí tuve la sensación de por fin llegar a puerto y anclar. Me relajé. Como dicen algunos: el alma me volvió al cuerpo. Esa noche fuimos a cenar con un grupo de españoles amigos de ellos, toda gente que estaba haciendo voluntariado en lo de las hermanas de la caridad. Salimos de las calles polvorientas, entramos a un edificio y subimos a un noveno piso, para cenar en una terraza de lujo. Me pareció que podía estar en cualquier ciudad del mundo. De repente me dieron ganas de ir al baño, entré en el baño y tuve mi primer encuentro con la jarrita. No lo podía creer, era verdad, no había papel higiénico en los baños indios. Ese día no me animé al uso de la jarrita. Era muy pronto. Me contuve, y cuando bajamos compré papel higiénico en un kiosko y partí para mi hotel a resolver esos asuntos urgentes.   

 
[...]

(tercer día)



Hoy arranqué temprano... me levante a las 4:45. Probablemente el cambio horario, porque madrugar no es costumbre mía. Y extrañamente me puse a fregar ropa... primera vez que hago esto en mi vida. Quise pedirle un escurridor al conserje para sacar el agua del baño y cómo no sabía la palabra en inglés, le hice señas, pero no hubo caso (y yo que pensaba que esto de las señas iba funcionar).

A las 6 de la mañana había misa y luego desayuno para los voluntarios en lo de la Madre Teresa. Así que a las 5.30 salí caminando para allá. En la primera parte del trayecto conocí a un pintor que me entretuvo buen rato contándome de sus cuadros. Luego me empezó a preguntar por mi religión y mi familia, y se indignó cuando le conté que mis padres estaban separados, no le entraba en la cabeza que pudiera ser posible. En las calles, que ya comenzaban a amanecer, me encontré montones de personas en los bañándose o lavándose las caras y los dientes. Gente que vive en la calle y que hacen “sus cosas privadas” en público. Me han contado que más de un millón de personas vive en las calles de Calcuta.   

Después del desayuno (chai y pan y un buen rato de charla entre los voluntarios) cada uno va a una casa de enfermos. Yo hoy fui a Kalighat, que es una casa para enfermos terminales. La experiencia fue intensa. Cuando entrás a la casa, hay un sector para hombres a la izquierda y otro a la derecha para mujeres. Los voluntarios hombres se quedan en el lado de los hombres y las mujeres en el lado de las mujeres, salvo médicos/as y enfermos/as que asisten a ambos sectores. Los voluntarios hacen de todo, desde trabajar en la cocina, lavar sábanas y ropa, hasta asistir a los enfermos dándoles cariño, llevándolos a la ducha, afeitándolos, cambiándolos, haciéndoles masajes, y dándoles de comer.

Hoy mientras traía a uno de la ducha a upa porque no podía caminar, me pegué un resbalón y con el pobre muchacho en mis brazos me fui al carajo. Por suerte no le pasó nada. Pero después de bañarlo, secarlo y ponerle ropa limpia, lo quería llevar a upa a su cama, y me miraba, se reía, y me decía que no con la cabeza.
Otro pobre, que me tocó afeitarlo (y no vayan a creer que el oficio de barbero es algo sencillo), le hice un desastre en la cara. Yo no podía más de la risa porque él, que estaba todo debilucho tirado en una cama, se tocaba la cara en algunas partes y me puteaba en bengalí (vaya a saber lo que me diría), se volvía a tocar y quizás y me volvía a putear.       

Hay mucha gente laburando acá y se crea un lindo clima. Hay gente de muchos credos distintos, y se siente que están todos unidos por el fin común de dar una mano.

(Cuarto día)


De un mail que mandé:

El tema del tránsito es increible. Nunca vi algo igual. Entre los rickshwas (carritos tirados por personas o bicicletas), los motorickshaws (carritos tirados por motos), los taxis, la gente - y cuando digo gente me refiero a multitudes - que camina por las calles (la vereda existe, pero debe haber alguna ley divina que prohibe usarla porque nadie la usa), las vacas que paran el tránsito (son una especie de policías nuestros, que se paran donde quieren y hacen lo que quieren) y las calles que son chicas, esto es un descontrol. Sálvese quien pueda. Vienen las motos y te pasan por encima. Los colectivos vienen a todo velocidad y si no te corrés es a riesgo tuyo. La bocina, no sé quien la habrá inventado, porque es una de las cosas que más odio en el mundo en estos días. Aunque no haya nadie adelante, los muchachos tienen que tocar la bocina. Parece ser que es un deporte nacional. Por demás, está todo permitido: podés girar donde se te dé la gana que nadie te va a decir nada. Si en medio de una avenida se te ocurre hacer una vuelta en U lo hacés y ya, no importa quien del otro lado. Y lo mejor es cuando vas en un motorickshaw (que son parecidos a los autos chocadores),  en contramano, esquivando los autos que te vienen de enfrente. Y lo más curioso de todo es que no se ven choques ni tampoco se insultan entre ellos. Estas reglas de tránsito que a mí me parecen insólitas, son la norma de la calle india. Las cosas son así, y está bien que sean así, porque así funcionan.  


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(a una semana de estar en India)


La India, tan diversas sensaciones me produce, que aun no logro hacerme una idea concreta de ella. ¿Es que semejante país podría encerrarse en una idea?

¿Qué necesidad hay de ello? ¿Tan insoportable me resulta darme cuenta de que no controlo la realidad?
Que extraño siento todo cuando viajo. Y sin embargo, a veces en lo más extraño surgen sentimientos de familiaridad.

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(a las tres semanas)


Vengo de hacer un retiro budista en Darjeeling. Algunas cosas me han llamado la atención, como por ejemplo el hecho que para los tibetanos la mente es el corazón. ¡Qué manera tan distinta de ver al ser humano!


La historia de Budha está buenísima. En sus vidas pasadas se pregunta cómo cortar con el sufrimiento de los hombres. Cuando se encarna como Gautama Sidartha sus padres sabían por el oráculo que sería un excelente príncipe o líder espiritual. Ellos preferían que se dedique a ser príncipe,  entonces lo encierran en el palacio real hasta que creen que está listo para vivir en el mundo real. Durante todo ese tiempo de encierro vive una ficción: dentro del palacio todo es belleza, abundancia, frescura, arte, música, gente joven y alegría. Cuando Siddharhta ya es mayor, siente curiosidad por salir a conocer a su pueblo. allí lo esperan aquellos factores que son inevitables (pobreza, enfermedad, muerte), y que despiertan en él algo que hacen que su vida de príncipe pierda sentido y comience su búsqueda espiritual... 


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Finalmente pude probar el famoso butter tea (té de manteca). Luego de haberlo buscado por Calcuta y de muchas miradas de desconcierto de todos los indios a los que le preguntaba por él, lo encontré en Darjeeling en el templo en el cual hice el retiro. Jamás lo hubiese encontrado en otro lugar donde no hubiera tibetanos, porque el butter tea es algo que proviene de la tradición tibetana y que nada más toman los tibetanos, y con razón, porque a decir verdad, si vas pensando en tomarte un té y te convidan un butter tea, podés pensar que te están haciendo una broma: se parece más a una sopa salada que a un té. 


Tanto tiempo anterior de fantasear con este té, de imaginarme saboreando una especie de té de mantecol, dulce, sabroso; y luego la realidad, el sabor a sal en mi boca, el aceite en la superficie del té... encuentro de fantasía y realidad... ¿quién gana? Si me quedo con lo que vengo fantaseando, entonces lo que me ofrece la realidad es una decepción. Ahora, si me abro paso entre mis fantasías y me animo a probar aquello que la realidad me ofrece, quitando etiquetas y buscando descubrir algo nuevo, entonces quizás hay chances de que la realidad gane: "ah, es un té que se parece a una sopa, está bueno."


Este cambio de chip puede ser muy útil para muchas situaciones de la vida, la habilidad de cambiar nuestros parámetros y ampliar nuestros conceptos.        


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(al mes)


Poco a poco la pregunta de "por qué la India" comienza a cobrar alguna forma. De alguna manera empiezo a entender o a darle algún sentido a este viaje, a lo que estoy buscando. Algunas formas van cayendo, van perdiendo su valor... sus máscaras no me llaman la atención. Y lo que vine a buscar comienza a cobrar su lugar, se impone impetuosamente. Cuánta libertad que hay en este viaje y cuánto respeto por lo que siento. No quiero abandonar la India. Hay tanto por conocer... pero especialmente, hay tanto por conocerme.


No es ninguna capacidad de mérito propio el entrar en uno mismo en la India. Es algo que sucede por si solo... cada día un poco más... y cuando nos damos cuenta estamos sumergidos en las aguas del alma, nadando de un extremo a otro, jugando y disfrutando del placer de la vida.


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(al mes y dos semanas)


Cómo no quieren que enloquezca si acá suceden cosas extrañas: los monos parecen personas, se ríen, se sientan a meditar en los árboles, se sacan los piojos, hacen cagadas en los techos de las casas, miman a sus crías, patotean . Los cabritos son equilibristas que andan por pequeñísimos relieves que sobresalen de las paredes. Las vacas duermen en parejas, con sus críos, o en grupos más grandes en alguna calle de la ciudad. Rompen una bolsa y comen en familia. Se bañan en el ganges, y algunas - opuestamente a las ballenas - se meten en el agua para morir. Los perros te saludan y si sos amigo te siguen y te guían y te protegen. ¿Qué clase de ciudad es ésta en que los animales tienen el mismo derecho de ciudadanos que las personas? Y hasta a veces incluso más, porque en India donde la sexualidad parece estar prohibida, las vacas no tienen ningún problema en exhibirse sus juegos con su compañero toro en plena calle.


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(al mes y tres semanas)


La necesidad de probar intensos sabores aumenta día a día. Mi boca se hace agua, y sobre ella se hace el fuego.

Tan fuerte es este anhelo que cuando los condimentos empiezan a faltar mi boca no se contenta. Busca con la lengua en los rincones faltantes, a ver si allí se encuentran las especias ausentes.

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(a los dos meses)


El ganges, ¡cuánta espiritualidad! Acabo de volver de las montañas, cerca de Badrinath, con el alma llena. Y traigo conmigo esta imagen.

El ganges cuanto más cerca de su desembocadura, más sucio es. Toda la mugre de las ciudades allí se junta. La gente no se preocupa por mantenerlo limpio.
Yendo en dirección opuesta, dejando las ciudades e internándonos en las montañas, a medida que uno se acerca a su nacimiento, el estado de pureza y de belleza se va recuperando increíblemente. Y cuando uno llega a su nacimiento, ahí se siente algo indecible. Me da la sensación que allí el ganges es intocable; nace con tanta fuerza, que en este lugar nada puede ensuciarlo.
Quizás sucede lo mismo con nosotros, los seres humanos. Hacia nuestras desembocaduras puede ser que estemos sucios, enviciados... pero en nuestra raíz existe ese núcleo que es vida, que nada ni nadie puede destruir. Adentro nuestro existe un ganges siempre naciendo, imposible de ser ensuciado. Esa esencia que es potencia y la naturaleza más profunda del ser humano. Tengo la intuición de que un lugar así habita adentro de cada uno.

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(a los dos meses y una semana)


India, tierra de contrastes y contradicciones, lo mas sublime junto a lo mas superficial, pobreza y riqueza, sanidad espiritual y suciedad de la pacha, caos caos, y aunque todo parece a punto de colapsar, todo funciona en ese orden. La India es como un gran malabarista caminando por una soga a cientos de metros del suelo. Va haciendo malabares con varias pelotas, saltando, caminando torpemente, y muchas veces es inevitable pensar en su caída... pero ella continua, sabe muy bien lo que esta haciendo. lo sabe sin saberlo.

Creo que nadie sabe que es parte de este gran caos, que sus vidas son una de esas pelotas que el gran malabarista arroja por los aires. Y sin embargo se los ve volando por los aires, y nadie cae. Permanecen en su lugar como las piezas de un ajedrez magnético. Y aun así, todo es movimiento, la India avanza a grandes pasos... quien sabe hacia donde corno se dirije. Nadie sabe nada. Pero sin dudas son todos cómplices. Sus sonrisas y el movimiento de sus cabezas los delatan. Creo que ellos saben algo de lo que aquí ocurre. Quizás no tengan permiso para contármelo. Tal vez alguno de estos días.

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(a los tres meses)


de un mail que envié: 



Justo antes de irme de Dharamsala, me encontré a Eadam, un joven tibetano con quien nos habíamos estado juntando para dialogar en inglés. Pobre, no sé si lo habré ayudado o perjudicado con el inglés que yo hablo. Igual, esos encuentros fueron mucho más que una práctica de idioma. Fueron un encuentro de culturas, un encuentro de historias, un encuentro de dos personas.

Cuando me ve con la mochila, me saluda y me dice que esta muy triste de que me vaya. Yo también estoy triste. Son pocas las veces que me quiero ir de los lugares a los que llego. Me quedaría en todos. Le digo que me espere unos minutos a que voy a internet y que después tomamos un chai juntos, antes que parta mi bus a Delhi. 
Mientras estoy en internet Eadam aparece por atrás, lo miro, le digo que me espere un ratito más, que ya casi termino, y me dice ok. Al instante siento me esta poniendo algo alrededor del cuello. Me compró una bufanda de seda blanca, con unas insignias tibetanas. Guauh.

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(a los tres meses y una semana)


"Camino a un paso del delirio. Sé que si me apuro puedo alcanzarlo y lograr todo aquello que pretendo ser (¿pero no sería la destrucción de mi mente alcanzar tal ilusión de sentido?). Desde sus tenues ojos la fantasía me extiende su mano ofreciéndome realidades que parecen posibles. Las dimensiones de la normalidad se desdibujan en las figuras de los frutos que me ofrece. Si tan solo pudieran darle un mordisco..."


Estos caminos son muy comunes en India: muchos turistas se iluminan. Más de una vez escuché la historia de algún turista que arrojó su pasaporte al río y se convirtió en sadhu (asceta errante). Y me da la sensación que en la India la espiritualidad y el delirio místico caminan muy cerca uno del otro en algunos momentos.


[...]


(a los cuatro meses, pocos días antes de partir de vuelta a casa)


Me siento desprotegido, como si la India fuera una madre que estos cuatro meses me dio de mamar tantas experiencias, y ahora me dijera: "Nene, es tiempo de cortar el cordón, ahora tenés que andar por vos mismo". La muy perra me abandona, y siento un vacío (que hasta podría demarcarlo en mi corazón) con mezcla de tristeza... y aunque todavía estoy en la India, ya me alejé... o ella se alejo, bien bien adentro de mi alma.

Lo que alguna vez me aventuré a conocer ahora se aventura a conocerme. Lo que estaba afuera ahora está adentro (¿alguna vez estuvo afuera?)
Algunas paredes cayeron, algunas puertas se abrieron. No hay vuelta atrás. Puedo volver a lugares similares, pero jamás al mismo lugar.
No sé a donde me conducirá este viaje. ¡Tantos nuevos ojos me miran! Me llevo sus miradas, o mejor dicho las sensaciones que me producen...son lo único que me puedo llevar. El resto se queda (todo se queda, me llevo el resto).
¿Qué tiene de especial la India? Uno aprende a viajar y a sincerarse con sus metas. El cuerpo habla y solo los muy sordos no lo escuchan. La gran madre acoge a todos sus hijos y le da a cada uno lo que pide. No hay mejores caminos, son todos distintos, son todos personas. Y todos terminan en el mismo lugar.
Y al final del viaje entiendo que lo importante es viajar. Abrir. Perderse. Dejarse perder. Hacer lo que tengas ganas de hacer. El resto puede esperar.